Sara era una joven bailarina que había soñado con ser parte del ballet nacional desde que era una niña. Había estudiado danza clásica durante años y había entrenado duro para convertirse en la mejor bailarina que pudiera ser. Pero a pesar de sus esfuerzos, nunca parecía ser suficiente. Siempre había alguien más talentoso, más ágil o más fuerte que ella. Sara comenzó a perder la confianza en sí misma y a dudar de su capacidad para alcanzar su sueño.

Un día, después de una actuación, Sara se encontró con una mujer mayor que la felicitó por su actuación. La mujer le preguntó qué estaba pensando en ese momento y Sara le respondió que estaba preocupada por no haber sido lo suficientemente buena. La mujer le dijo: «Nunca dejes que la comparación te impida ver tu propia grandeza». Sara se quedó pensando en esas palabras y se dio cuenta de que había estado midiendo su éxito por las normas de los demás en lugar de por sus propias metas y logros.

Sara comenzó a trabajar en su confianza y a recordar por qué había comenzado a bailar en primer lugar: porque amaba la danza. Se dio cuenta de que no se trataba de ser la mejor, sino de ser la mejor versión de sí misma. Comenzó a enfocarse en su propia mejora, no en la de los demás.

Con el tiempo, Sara fue seleccionada para formar parte del ballet nacional y, a pesar de las dificultades y los altibajos, se convirtió en una de las bailarinas más respetadas y admiradas de la compañía. Pero lo más importante, Sara había recuperado su amor por la danza y había encontrado la felicidad en el camino.

La historia de Sara es un recordatorio de que nuestras comparaciones con los demás pueden limitarnos en lugar de impulsarnos hacia adelante. A veces, la única medida del éxito es nuestra propia satisfacción personal y nuestra capacidad para perseverar a pesar de los obstáculos.
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